Sin licencia, en mi entraña pernocta,
y es la razón de mi ahora constante rubor.
Pero...
No me preguntes: ¿cómo es ella?
porque es la fémina sin cara.
Sin embargo, la susodicha sin rostro
hilvana día a día mi turbada alma
con su azucarada sonrisa, que imagino,
cuando teclea con sus manos sedosas, que imagino,
mientras nos latimos en un vals de emociones.
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