La playa

Eran las 09:45 horas de la mañana de un jueves. El sol me bañaba de camino a la parada del autobús.
Otra vez respiraba la sal de la playa a pleno pulmón, y silenciaba mi interior para dejarme llevar por la melodía del mar. Paz...
Cerré los ojos, justo a pocos metros de la arena, y nos imaginé allí juntas.
Tú portabas una cámara de fotos, y yo una sonrisa radiante.
Mi propósito era que vieras tu realidad con otros ojos, aunque para ello te ordenara cerrarlos, mientras ocupaba la palma de tu mano de arena y la cerraba. Mientras te ayudaba a descalzarte y caminar despacio sin saber qué pisabas. Mientras te conducía a la orilla para que las olas salpicaran tus pies.
Aunque la arena no era lisa, en vez de arañar, te acariciaba. Aunque no veías el camino, las pequeñas conchas rasgadas en la planta de tus pies, te hacían cosquillas. Y, aunque a veces venían olas que te humedecían los pies, el sol te los secaba.
A partir de ese momento, ya podrías apreciar la nueva etapa que la vida te ofrecía. Abriste los ojos, porque ya estabas preparada para fotografiar.
Llegó el autobús y desperté de esa ensoñación.
Ahora... sólo falta que suceda.