Se acunaba tiritando en el recuerdo lúgubre
que una vez la hizo estrellarse.
Y, un día cualquiera, el sol viajó desde el oeste al este,
en forma de rizos dorados,
y el resplandor al mirarle le crío gusanos.
Brotaron dentro mariposas que la sostenían,
de nuevo dichosa en sensaciones, entre las nubes.
Fue suficiente el peso de la excusa perfecta
para aplastar esas alas aterciopeladas y vulnerables.
Y las mutiló, de par en par, flotando hacia el suelo,
hasta volver a estar sobre seguro, sin rasguños.
Y así, se quedó con el cosquilleo de las mariposas retorciéndose, y el sol rizado volvió al oeste, sin mirar atrás,
dejando la responsabilidad de lo que pudo haber sido y no fue a la serendipia.
que una vez la hizo estrellarse.
Y, un día cualquiera, el sol viajó desde el oeste al este,
en forma de rizos dorados,
y el resplandor al mirarle le crío gusanos.
Brotaron dentro mariposas que la sostenían,
de nuevo dichosa en sensaciones, entre las nubes.
Fue suficiente el peso de la excusa perfecta
para aplastar esas alas aterciopeladas y vulnerables.
Y las mutiló, de par en par, flotando hacia el suelo,
hasta volver a estar sobre seguro, sin rasguños.
Y así, se quedó con el cosquilleo de las mariposas retorciéndose, y el sol rizado volvió al oeste, sin mirar atrás,
dejando la responsabilidad de lo que pudo haber sido y no fue a la serendipia.
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