No sé para qué te evades de lo inevitable, porque sé que si cometiera la dulce locura de plantarme frente a ti y me miraras a los ojos... te verías irremediablemente indefensa y vulnerable. Como aquella vez que nos despedimos con la sonrisa caída, donde tu mirada me habló por ti.
No sé para qué te esfuerzas en reprimir las ganas de deshacerte en suspiros y besos en mis brazos, si lo que sientes está arraigado dentro de ti y, querida, ahí no hay escapatoria.
¿Para qué desperdicias energía si no puedes huir de verdad?
Pero ¿sabes qué? Yo no puedo seguirte más, ya no tengo piernas.
Me resulta bien, amiga. Todo lo veo en el final.
ResponderEliminarAbrazo