Esparciendo ínfimas gotas de agua sobre mis pómulos
e inhalando un sorbo de aire fresco con la nariz,
viro mi pesado y taciturno cuerpo cargado de represión,
por la inesperada, repentina e ilógica disputa que mantuvimos.
Paso a paso, arrastrando los pies por el pavimento,
sin echar la vista hacia atrás, paulatinamente,
con la mente envuelta en una esfera de nerviosos pensamientos,
me desplacé hasta el portal de mi casa y entré en el salón.
No podía recular y buscarte,
ya el autobús se había encargado de llevarte lejos de mí.
No es el aroma que estimo conservar hasta nuestro retorno,
odio las despedidas tristes.
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