Fuera de noche, fuera de día,
sonaban por todas partes,
pero siempre en cada eclipse de Sol,
junto a mi desconcierto,
el de no comprender que la luz
de mi camino provenía de ellas.
Se perdía, se perdía esa melodía,
ese susurro mágico que me llamaba.
Tan hermosa era la sintonía
que la inspiración me cegaba.
Pero luego, mientras dormía, se desvanecía,
y yo, me quedaba sin luz.
Seguía el transcurso de mis pasos,
y siempre lo mismo ocurría.
No sabía hacia donde debía ir, ni por dónde,
y siempre me equivocaba de sentido.
Mis pies ya dejan huellas
lo suficientemente grandes en el sendero
como para entender que
debo detener esos eclipses y atraparlos.
Ahora, ahora la luz no me abandona.
Ya sé adónde debo ir y por dónde.
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